Martes, 28 Julio 2015 13:06

Una Iglesia en camino. ¿Que piensa el Papa Francisco sobre...?

Escrito por  Marcelo López Cambronero
Imagen: Marcelo López. Imagen: Marcelo López.

Un amigo chileno me contaba hace unos días una anécdota con la que el lector puede que se sienta identificado. Estaba él en misa cuando el sacerdote, visiblemente preocupado por la gran cantidad de espacios vacíos que separaban a los pocos fieles presentes, comenzó su homilía quejándose amargamente de que el número de sus parroquianos decreciera con rapidez. Entonces mi amigo, así me lo narró él mismo, comenzó a pensar: "¡pero esto no me lo tiene que decir usted a mí! Yo estoy aquí, ¿no me ve? Esto hay que decirlo fuera, en la puerta, en las calles, ¡y no entrarnos con estas historias precisamente a los pocos que de verdad venimos y no nos hace falta escucharlas!".

Una Iglesia así se parece a un anciano afectado por algunos achaques y que, en lugar de ir al médico y seguir sus indicaciones, encuentra entretenimiento y casi el único sentido de su vida en quejarse de sus males a todo el que tenga la paciencia de prestarle un poco de atención.

La misión como núcleo de la vida cristiana es una de las ideas en las que más ha insistido el Papa Francisco en sus casi dos años de Pontificado, y parece que no le falta razón. En la mayoría de los países de tradición católica nos hemos acostumbrado a un catolicismo individualista y adormecido, en el que parece que el Señor no tenga incidencia en la vida cotidiana, hasta el punto de que vivimos sin decirles a los demás que somos creyentes y, lo que es más asombroso, ¡no se nos nota nada!

Sin embargo, cuando escuchamos a Francisco decir que la experiencia de la conversión, del encuentro con Cristo, cambia la vida e inevitablemente lleva a la misión, tal vez podríamos preguntarnos, ¿es verdad que somos cristianos o sólo es algo de lo que nos hemos autoconvencido? Incluso en las parroquias, incluso entre la gente "practicante", parece que nos conformamos con acariciarnos el alma, con celebrar reuniones repetidas cuya única utilidad real es, tantas veces, convocar la siguiente. ¿Cuántos vivimos un cristianismo que nos resulta anodino?

No disfrutaremos plenamente de la experiencia de ser cristianos mientras no nos encontremos en misión, allí donde estemos y cómo podamos. Hemos de salir a contar que Cristo ha resucitado "se lo tenemos que decir a doña Rosa, a la que vimos en el balcón. Se lo tenemos que decir a los chicos, se lo tenemos que decir a aquellos que pierden toda ilusión (...). Se lo tenemos que decir a la señora gorda finoli, que cree que estirándose la piel va a ganar la vida eterna. Se lo tenemos que decir a todos aquellos jóvenes que (...) nos denuncian que ahora todos nos quieren meter en el mismo molde. (...) Tenemos que salir de nuestra cáscara y decirles que Jesús vive, y que Jesús vive para él, para ella, y decírselo con alegría (...) El tiempo de la vida no nos va a alcanzar para entregarnos y anunciar esto de que Jesús está restaurando la vida. Tenemos que ir a sembrar esperanza, tenemos que salir a la calle. Tenemos que salir a buscar." (Jorge Bergoglio, Homilía en el Encuentro Diocesano de Catequistas, 11 de marzo del 2000). O, como dijo de manera más directa en la Jornada Misionera Mundial del año pasado: "Todos los discípulos del Señor están llamados a cultivar la alegría de la evangelización".

Tal vez pensamos que esto no va con nosotros, que no estamos preparados, que nuestra fe es demasiado frágil, que tienen que ser otros. Con todas estas excusas nos engañamos a nosotros mismos y seguimos escondidos en la comunidad de la parroquia, en el colegio o en el movimiento, y le reímos las gracias al tendero, a nuestros nietos, a los amigos a los que tal vez no queremos lo suficiente como para hablarles del Señor, como si el tesoro que se nos ha confiado debiera estar escondido debajo de la mesa camilla. Lo cierto es que este impulso a la evangelización es esencial para la vida cristiana y que es además necesario para crecer en la fe (y no un mero complemento o accesorio). Nos lo dice el Papa, pero no porque le haya dado por ahí, sino porque es la experiencia compartida de un pueblo, un bien real que podemos vivir si nos atrevemos a dar el paso y una indicación que encontramos permanentemente en las Palabras de Cristo.

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