La revolución cristiana es la revolución del amor, que tantas veces hemos traicionado. Es la revolución que empezó en Pentecostés. O que empezó quizás ya en aquel “primer evangelio” que anunció la victoria de la Mujer sobre la serpiente inmediatamente después del primer pecado. O todavía mejor, que Dios mismo empezó ya en el primer instante de la creación. Es una revolución que está siempre empezando, siempre llamándonos a empezar de nuevo. Esa revolución es la única esperanza para el mundo.
Pilar Rahola dice aquí que un amigo suyo dice que es la más creyente de los no creyentes. Yo me atrevería a añadir: que es más creyente que muchos creyentes que conozco (empezando por mí mismo), que vamos regularmente a la Iglesia, que acaso recibimos la comunión como si fuera sólo un acto de piedad individual, pero luego nuestras vidas se rigen diariamente más por intereses económicos o políticos, o de estatus, o de clase, que por el amor que confesamos o predicamos.
Una Iglesia (un pueblo cristiano entero) que empezase a vivir como los últimos Papas nos vienen llamando a vivir, y de manera concretísima el Papa Francisco, un pueblo que viviera derrochando amor como Dios lo ha derrochado en la creación y en la redención, y derrochándolo sencillamente porque en Cristo nos ha sido dado participar de ese AMOR que es Dios mismo, ¿os imagináis lo que sería eso? CIERTAMENTE, LA ÚNICA VERDADERA REVOLUCIÓN POSIBLE, Y A LA VEZ LA ÚNICA “POLÍTICA” VERDADERAMENTE CRISTIANA.
Doy gracia a Pilar Rahola por haber hecho este pregón, aunque sea "con el corazón en un puño”. Gracias por haber dicho lo que has dicho, gracias por haberme recordado a mí quien soy y quién estoy llamado a ser, por habernos recordado a los cristianos quiénes somos y quiénes estamos llamados a ser. Gracias por decir lo que a veces nosotros mismos no tenemos el valor de decirnos.
Que el Dios en quien te cuesta creer te lo pague a la medida de su Amor infinito.
+ Javier Martínez
Arzobispo de Granada
20 de octubre de 2016
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