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En el momento de afrontar la cuestión ecológica y las soluciones que ésta requiere “es necesario”, según el Papa Francisco, “acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad” (LS, 63). ¿De qué manera las “convicciones de la fe” de los cristianos (LS, 64) iluminan y nos motivan para el cuidado de la creación?

En el discurso dado en el 2011 ante el parlamento alemán, el Bundestag, el Papa Benedicto XVI argumentó que el crecimiento del movimiento medioambiental en la Alemania de los 70 fue “un grito que anhela aire fresco, un grito que no se puede ignorar ni rechazar.” El Papa Francisco ha retomado este grito con pasión en su encíclica Laudato Si’.

Entre las dos visiones extremas que, ante los graves problemas ecológicos, hoy en día existen (por un lado, aquellos para quienes prevalece el progreso y aplican meras actuaciones técnicas a los dilemas ambientales, “sin consideraciones éticas ni cambios de fondo”; y, por otro lado, aquellos para quienes la única amenaza del ecosistema es el ser humano y su descontrolado aumento de natalidad) el Papa Francisco, en nombre de la Iglesia, se sitúa en medio, “en diálogo hacia respuestas integrales” (Laudato Si’, 50 y 60). Como él mismo explica, “la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos, respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común” (LS, 61). En este primer capítulo, Francisco no sólo nos advierte que es anormal e impropio del ser humano “vivir cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del contacto físico con la naturaleza” (LS, 44) sino que, incluso más dramático aún, cuando tiene la oportunidad de vivir y estar en contacto con nuestra casa común ésta presenta en demasiadas ocasiones, por su mal uso y cuidado, un gran daño y afeamiento. Aún así, para el Papa, todavía hay esperanza y “nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los problemas” (LS, 61).

 

Laudato Si’, con estas palabras el Papa Francisco nos presenta hoy este documento “sobre el cuidado de la casa común”. Toma estas palabras del Cántico de la criaturas de San Francisco de Asís. Este cántico de alabanza nos invita a reflexionar sobre la belleza que Dios nos ha dado en la creación y sobre los problemas que, por distintas circunstancias, el hombre ha causado y provocado en la misma.

El Papa Francisco ha publicado en el día de hoy una nueva Encíclica sobre la creación titulada "Laudato si".

La publicación en el día de hoy de la encíclica Laudato Si constituye un testimonio de continuidad entre el Papa Francisco y su predecesor el Papa Benedicto XVI. A diferencia de lo escrito por algunos medios de comunicación intentando enfrentar y oponer a Francisco y Benedicto, la publicación de la segunda encíclica del Papa Francisco testimonia la profunda unidad de fe y espíritu que une a los dos últimos Papas.

Una lectura detenida de estos mensajes sobre la creación en el contexto de la revelación de Dios y la responsabilidad del hombre en su uso y cuidado nos pueden ayudar a interpretar, desde una adecuada hermenéutica de la continuidad, lo que pueda decirnos el Papa Francisco en Laudato Sii. Reconociendo que muchas de las “batallas” de nuestros días (tanto a nivel de individuos, de estados, y de corporaciones privadas) se desarrolla a traves, en, bajo el pretexto y al servicio de intereses de y para la economía, hablar del uso y cuidado responsable de la naturaleza como una fuente esencial de paz entre los hombres nos obliga a profundizar en un sentido más humano (y, por tanto, moral—correctamente entendido) de laeconomía que fortalezca y resalte la dimensión relacional del hombre con Dios, con otros hombres (comunidad), y con la naturaleza. En otras palabras, la comunión (en cuanto participación en el Dios Trinitario) como fundamento ontológico (y, por extensión, económico) del hombre y sus relaciones vitales (tanto con la naturaleza como con otros hombres).

Es importante, y conecta entre sí, el magisterio pontificio de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco en esta cuestión del medio ambiente. Por eso, ofrecemos en esta entrada el Mensaje papal de su predecesor el Papa emérito. 

 

Una lectura detenida de estos mensajes sobre la creación en el contexto de la revelación de Dios y la responsabilidad del hombre en su uso y cuidado nos pueden ayudar a interpretar, desde una adecuada hermenéutica de la continuidad, lo que pueda decirnos el Papa Francisco en Laudato Si.

Reconociendo que muchas de las “batallas” de nuestros días (tanto a nivel de individuos, de estados, y de corporaciones privadas) se desarrolla a traves, en, bajo el pretexto y al servicio de intereses de y para la economía, hablar del uso y cuidado responsable de la naturaleza como una fuente esencial de paz entre los hombres nos obliga a profundizar en un sentido más humano (y, por tanto, moral—correctamente entendido) de la economía que fortalezca y resalte la dimensión relacional del hombre con Dios, con otros hombres (comunidad), y con la naturaleza. En otras palabras, la comunión (en cuanto participación en el Dios Trinitario) como fundamento ontológico (y, por extensión, económico) del hombre y sus relaciones vitales (tanto con la naturaleza como con otros hombres).

Es importante, y conecta entre sí, el magisterio pontificio de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco en esta cuestión del medio ambiente. Por eso, ofrecemos en esta entrada el Mensaje papal de su predecesor:

Hemos dado por supuesto que podemos conocer y tratar de obtener lo que es mejor para nosotros al mismo tiempo que no prestamos atención alguna a las necesidades de las comunidades, naturales y humanas que nos sostienen. El carácter destructivo de ese progreso que tanto se nos vende no ha sido siempre muy visible y aparente, especialmente en épocas más antiguas, en las que la mera inmensidad de la bondad de la tierra sobrepasaba grandemente la cantidad de nuestras exigencias para con ella.

Pero hoy ese carácter destructivo se ha hecho inequívoca e inevitablemente claro, especialmente cuando consideramos que muchos de los hábitats y de las comunidades del mundo están en un estado de crisis severa, algo que es igualmente evidente en la erosión y la toxificación del suelo, en la contaminación y en el agotamiento del agua, en la polución del aire, en la deforestación en la extinción de las especies, en la destrucción de nuestras comunidades rurales, en la homogeneización o el diezmado de las culturas indígenas, y en el cinismo y la desesperación que reinan de manera creciente en nuestras sociedades. Aunque más de nosotros que haya sucedido nunca antes vivimos una vida de lujo y de comodidad, menos y menos de nosotros podemos decir que nuestras vidas están traspasadas por la paz y la alegría.

La ansiedad llena de agitación y de stress que vemos por todas partes alrededor nuestro indica que estamos profundamente perdidos. Parecemos incapaces de preguntarnos con alguna seriedad o profundidad hacia dónde se dirigen en último término nuestros esfuerzos.

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